Páginas

martes, marzo 30

La ilusión de Lola

Me hacía una ilusión tremenda tener un negocio propio para no tener jefe nunca más. Tomé la decisión de irme de la oficina y aprender un oficio relacionado con el mundo de los números y así fue. Aprendi a troquelar números, a pintar números, a colgar números, a borrar números e incluso a hacer esculturas y cuadros con números y en forma de números.
Abrí mi tienda de números un 8 del 8 de 1988 y la llamé La tienda de los Ochos. Comencé a vender números para la gente. Algunos se los levaban puestos, otros se los comían, otros los querían para regalar o decorar....en definitiva el negocio ha ido muy bien.
Nunca soñé con ser mi propia jefa, pero ahora que lo soy me enorgullezco de serlo y de tener más tiempo libre. Ya no cuento los segundos, ni los minutos que me quedan para comer. Ni las horas que pierdo a la semana en ir y venir del trabajo. Tampoco me preocupa cuando voy a tener vacaciones y lo mejor de todo: tengo un gestor que me lleva los números.

¡Qué gracia eh!

martes, marzo 23

Qué grande era el mundo

Cuando era pequeña el mundo era de tamaño XL y todo era más divertido. Hay muchos recuerdos divertidos y tristes en la infancia. Curiosos o peculiares, suelen haber menos.

Recuerdo un día, jugando en el portal de la finca donde vivíamos, que estabamos unas cuantas vecinas jugando al escondite. Hoy miro ese portal y es enano, pero entonces era más grande que mi cuarto.

Éramos cuatro jugando al escondite. Valía subir por las escaleras. Salir a la calle hasta cierto punto o subir en el ascensor. No recuerdo bien porqué...Yo era muy niña, las luces del portal se apagaron y entró un vecino(por Dios, nunca revelaré su identidad) y me escondí detrás de la puerta de entrada que era de cristal. Sí. Cristal. Eso transparente que no deja lugar a dudas para ver lo que pueda haber detrás.

Pero....¡Magía! No me preguntéis cómo, pero me hice invisible a los ojos de mi vecino mientras esperaba el ascensor. Se giró mirando hacia la calle a través del portal y estando yo allí acurrucada como una bola al lado del marco de la puerta, se quitó la dentadura postiza superior y se la volvió a colocar con la lengua en un plis.

Pom-pom me hizo el corazón. ¡Qué horror!...¡Madre mía qué fuerte! Nunca había visto algo igual en mi vida. ¡Qué yo tendría unos 10 años por favor! No me voví. Me quedé quieta sin poder moverme flipada con lo que había visto. No sé ahora mismo si lo que más sentí fue asco y repelús o miedo.

Sólo sé que desde entonces no le he vuelto a mirar con los mismos ojos.

La peluca de mi abuela

Era un día de niebla y yo no quería salir de casa....Por aquel entonces tenía 16 años y era bastante inmadura.

Mi abuela se había ido a su cuarto a vestirse para comenzar el día y yo estaba tirada en la cama esperando a que todo el mundo dejara de hacer ruidos para seguir durmiendo. Pero me ponía de tan mala leche que no conseguía conciliar el sueño de nuevo. Ésa mañána mi abuela entró en mi habítación para decirme que el desayuno estaba listo.

Remugué y remugué pero al orír las palabras 'magdalenas recién hechas' no lo pude evitar.....Salí de allí como alma que lleva el diablo y en una de esas zancadas voladoras que me hacían casi volar hasta la mesa, pasando por el pasillo y por la puerta de la cocina, vi a mi abuela agacharse para abrir la puerta del horno y me percaté. Me quedé de estacada de pie frente a la puerta de la cocina. Ella no me vio.

Nunca me había dado cuenta, pero vi como con sus manitas de anciana se cogía las puntas traseras de su cabellera por encima de la nuca para estirar hacia abajo y apartársela de la frente. ¡ Y se movía! ¡ LLevaba peluca y se le había ido hacia delante! Ostras pensé. ¿Qué hago? ¿Me hago la longuis?
Pues sí, eso hice, la longuis y me senté en la mesa a esperar mis magdalenas. Cuando llegaron olían que te morías. El resto de la familia se apresuró a coger las suyas y sólo me dejaron una.

Miré a la súper magdalena premiada con un viaje subterráneo por mi cuerpo serrano. La cogí, me la acerqué y cuando estaba abriendo la boca mientras acercaba aquella súper magdalena, lo vi. Un pelo de la peluca de mi abuela se había medio fundido con el calorcillo de la magdalena.

Jooooooo.........Joooooooo.......Ahora no me la como.........Joooooo.....y tras cinco segundos de reflexión pensé 'Es mi abuela y la quiero....y lavará la peluca de vez en cuando'. Así que me la zampé, con pelo pegado y todo.

Por amor somos capaces de cualquier cosa. Y por hambre más.