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lunes, agosto 15

Lola y el sexo II Parte: de Tuppersex

... Y es que claro, después de lo ocurrido aquel día en el tren, da que pensar hasta qué punto controlamos o sabemos o disfrutamos del sexo con los demás o con nosotras mismas. Un enigma para algunas mujeres esto del disfrute. A veces he visto programas en la tele donde salían mujeres que nunca han tenido un orgasmo y me cuesta creerlo, pero debe ser así, sino no lo dirían.
A lo que vamos. Unos años más tarde:
Iba yo por la calle Enmedio toda mona y minifladera, porque oye, aunque pasen los años, no pasa el buen tipo y sí, cerca de los cuarenta, pero nadie lo diría, y me encontré con Ana. Vaya qué alegría. Nos pusimos al día en 30 segundos. Su frase fue "¡Me caso tía!". Leñe, todo el mundo se casa menos yo, pensé. En fin, eso ahora da igual. Allí en pleno centro de la ciudad nos pusimos a charlar distendidamente. Me preguntó por todo, claro. Trabajo, amor, salud, familia y yo igual, por supuesto. La cosa terminó invitándome a su despedida de soltera que era el próximo sábado. No dije que no. Me hacía muchísima ilusión. Además iba gente que hacía mucho que no veía y aquello de revivir un cachito del pasado a través de los ojos de otras personas, me despertó un batiburrillo de emociones. Lo primero que me vino a la cabeza fue que debía ir a la despedida bien guapa, por si acaso había alguna que esperase encontrarme, después de tantos años, en plan dejado. ¡Ah, no! Qué yo soy mucha Lola.
Y llegó el día. Habíamos quedado en el local de la colla de la actual pandilla de Ana. Era grande y estaba bien decorado con fotos antiguas de Castellón y con fotos de todas las romerías que habían hecho juntos hasta entonces. Llegué justo a tiempo. La chica que nos hacía el Tuppersex acababa de dejar todo su arsenal sobre la mesa. Y empezó.
Se presentó y comenzó con las bolas chinas. Oye, que no sabía yo que eran terapéuticas. Mentalmente anoté "comprar bolas". Las siguientes explicaciones, las cervezas y el vino que se ingirió allí durante las explicaciones, derivó en un ambiente distendido donde cada una ya soltaba por su boquita las dudas más íntimas que os podáis imaginar. La mejor fue una chica, que no conocía de nada, que supuestamente había probado muchos de los juguetes allí expuestos y que cuando llegó a los afrodisíacos dijo que un día los probó con el marido y al regresar a casa no llegaron a subir en el ascensor. Cada una que piense lo que quiera.
Y llegamos al conejito feliz. Aquello era tremendo. Un vibrador rosa, con cabeza rotatoria y mini vibrador para la zona del clítoris que se hizo famoso, sobre todo, gracias a Sexo en Nueva York porque era el juguetito que usaba Samantha en la serie. Lo que aprende una.
Después de dos horas de Tupper, me di cuenta de que las casadas eran las que más juguetes habían probado y las que hablaban más distendidamente. Me sentí pequeña. Yo nunca había probado nada. Ni lubricantes de sabores, ni aros vibradores, ni bolas chinas, ni afrodisíacos... Y encima yo iba de moderna. Me dije, ponte las pilas niña, que tú puedes. ¡Compra, compra!
Cuando la reunión estaba apunto de terminar la profe del Tupper nos invitó a tocar y a probar los productos. Comenzamos a pasarnos vibradores, lubricantes, aceites esenciales, etc... Y llegó la botellita mágica. Era un spray pequeñito, con un líquido y fuera ponía algo de woman no se qué. Aquello había que aplicarselo en la zona del clítoris y esparcirlo con la mano. Dejó la botellita en el baño y una tras otra fuimos entrando a probarlo. Al segundo, teníamos la sensación de frío ahí abajo. Minutos más tarde, la sensación de calor. Yo hervía. Todas nos reíamos a ver quién notaba más o menos. Evidentemente, la amiga de Ana que yo no conocía y que había tenido el affair con el marido en su portal, era la que más notaba.
Así acabó aquello. Ahora ya sabía para qué servían todos aquellos abalorios sexuales y la cantidad de cosas nuevas que podía hacerme a mí misma a quien estuviera conmigo a partir de entonces. Compré y me fui para casa. No me apetecía ir de cena.
De camino a mi piso me encontré con Roberto. Nos saludamos y me vio la bolsa del Tuppersex en la mano. Me miró, sonrió y antes de que abriera la boca le pregunté si tenía algo que hacer esa noche. Me respondió que no y le dije "¡Pues vente conmigo que tengo mucho que aprender!".
Y así me puse al día.

sábado, agosto 6

Lola y el sexo

Hace unos años Ana y yo nos fuimos de concierto a Barcelona. Aquel día hacía un día espléndido. LLegamos a la estación a pie con nuestras mochilas y al rato apareció el tren. Subimos y justo nos tocó al lado de una pandilla de cuatro amigos que también iban al concierto. Los cuatro eran gays. Más majos. Y justo detrás habían dos chicas más o menos de mi edad (por aquel entonces rozaba los treinta). Las dos chicas iban vestidas con marcas de ropa cara, además de llevar unas joyas y unos tintes que ya los quisiera yo para mí. Eran dos chicas, como diría mi abuela, de alta alcurnia. Osea, unas pijas.

El trayecto estaba siendo agradable. La temperatura del tren no era de helarse, pero llevaba chanclas y tenía los pies fríos. Decidí ponerme unas zapatillas que llevaba en mi mochila, así que me levanté, cogí mi bolsa y me fuí al baño. El baño más cercano estaba en dirección a la cafetería, en el espacio intermedio entre dos vagones. No me había dado cuenta, pero una de las chicas de atrás nuestro estaba allí de pie hablando por el que entonces era un móvil de última generación.
Nos miramos, le sonreí mientras abría la puerta del baño, pero ella siguió a su rollo con el teléfono. Una vez dentro, me senté sobre la taza y comencé a buscar las zapatillas. De repente oí "Sí cari, muy fuerte, se lo fumó mientras le comía la polla...". ¡¿Cómo?!Justo en ese instante, en el que mis ojos se salían de las cuencas y mi boca no podía cerrarse sola, sonó la voz del tren indicando la parada de Tarragona. ¡Joder, qué está interesante la cosa! Me puse rapidamente las zapatillas y me coloqué de pie pegada a la puerta del baño para poder oir mejor la conversación. Ella continuó "...¡Qué va!....No, no....Sólo dos tía... A los hombres hay que enseñarles mucho aún nena (risas)... A ver, el primer polvo no estuvo mal. Ahora, tiene un pedazo de polla que ¡ufff!... Me dejó escocida tía ¡No te rías!... (Breve silencio)... No, no... Fue en su casa. Primero follamos en la cocina. Estaba enjuagando dos copas para bebernos el vino y tal como estoy con el trapo en mano, me vino por detrás y ese fue el primero, pero claro, sólo se corrió él. Entonces le dije que me comiera toda sobre la mesa del comedor y lo senté frente a mí en la silla, me puse en la mesa sentada cara a él y me lo comió todo. Hasta ahí muy bien. Nos bebimos el vino y volvió a buscar otro polvo en el sofá. Y ahí fue cuando, el porro que se había hecho, se lo encendió mientras le comía la polla....¿Eh?...No, todo el rato no. Luego se me folló por detrás.... (Otro breve silencio)... Ah, no, no, sí me gustó porque me lo hizo muy despacito, pero me sentía rara teniendo a un tipo fumando tanquilamente con su polla en mi culo". Ya no quise oir más. Me dije, Lola, sal de aquí y vete a tu sitio ¿Y con qué cara salía yo del baño? Porque vamos, para mí que a esta tía se le había olvidado, con todo el tema de la parada en Tarragona, que yo estaba dentro. Me armé de valor, respiré hondo, abrí con intención de salir de allí sin mirarla, pero justo abrí y ella que se despedía de su amiga mirándome fijamente como con cara de ¿pero tú no habías salido antes?. Pues no bonita. Me puse roja y ella ni se inmutó.

LLegué corriendo a mi asiento. Ana escuchaba música con los pinganillos. Tiré mi mochila al suelo, la agarré por un brazo, le quité el pinganillo y le dije "tía qué fuerte lo que me acaba de pasar". Miré atrás entre los asientos, vi que la chica no venía y que la amiga llevaba puestos los pingas también. Se lo conté todo. Tampoco podía cerrar la boca, claro. Las carcajadas se nos oían en todo el vagón.

Los gays no pudieron evitar oir algo, supongo, porque dos de ellos se sentaron frente a nosotras a preguntarnos por qué nos reíamos tanto. Les conté lo ocurrido y la misma reacción: boca abierta y ojos saltones. Flipaban de ver que entre dos amigas se contaran esas intimidades. Ellos, al menos los de el tren, los pocos amigos heteros que tenían nunca les habían comentado nada ni remotamente parecido. Terminamos hablando del concierto y luego se volvieron a sentar en sus asientos.

Al rato Ana me dijo que lo ocurrido no le parecía tan tan raro ya que nosotras también nos lo contábamos todo. Que lo raro era que eso pasara donde había pasado porque indicaba que a esa chica le daba igual que la oyeran que no. Que el quid de la cuestión era basicamente que las muejres no teníamos problemas en contárnoslo todo y que una gran mayoría de los hombres no tenía ningún amigo al que hablarle de esos temas. Bajó la mirada, vi cómo le caía una lágrima por la mejilla y le pregunté qué le pasaba. No respondió en seguida. Al rato me recordó una historia suya del pasado y me comentó que por eso lo habían dejado ella y el que entonces era su pareja. Porque para él, ella estaba mucho más por delante de él en el tema del sexo. Se sentía cohibido y cuando ella le preguntaba que si tenía alguien con quien hablar, éste le decía que no. Y con ella sentía vergüenza de hablarlo.

Quizás si los hombres hablasen más de sexo con sus parejas, y sino con sus amigos, con la naturalidad con la que realmente se debería ver el sexo, muchos problemas de pareja de cama se solventarían. Así que chicos, hablad con naturalidad, que el sexo no es marrano. No. Como diría un amigo mío, ¡Mmm...Qué asco más rico!

viernes, agosto 5

Chucky se va... Chucky se fue

Vivo en un tercero sin ascensor de una finca muy viejita que tiene un patio interno enorme. Todos los baños y dos de las habitaciones dan a ese patio. Yo me encuentro en el último piso. Por tanto desde arriba tengo vivisón de todas aquellas ventanas de más abajo. Claro, casi siempre suelo ver cabezotas, pero bueno, se descubren muchas cosas de los vecinos sin necesidad de asomarse.

Tengo un vecino al que apodo Chucky que no tiene ni oficio ni beneficio. Tiene 39 años y no tiene nada estable en la vida. Ni siquiera a sus padres. Su madre, cuando se enfada o no van las cosas como a ella le gustaría, dice que se va de casa, que se va a matar para así descansar y que la dejen, que ella se quiere suicidar. Mientras eso ocurre, Chucky grita cerca de la ventana con tono de indignación la vergüenza que siente de que todos los vecinos se enteren, ya que en la finca, como sabréis muchos, se oye todo. El padre no se sabe, no contesta. Nunca sabrás si ha querido o no a su mujer después de 49 años juntos. Preguntaréis por qué, o no. Pues es fácil. La trata como a una mierda, no la respeta y la tiene practicamente encerrada en casa. No porque la cierre dentro, no. Porque ella no tiene coche y con la excusa él siempre está de aquí para allá y ella se siente más sola que la una. Es entonces cuando se asoma y me llama con cualquier pretexto para contarme cómo está. Y normalmente me vende la burra: que si tenemos hoy un marisco precioso para comer, que si mi hijo trabaja gestionando unas cafeterias y resulta que vende el pan tras el mostrador, que ya veré pronto qué puertas tan bonitas que se ha comprado, y los pobres no tienen calefacción y se pelan de frío en invierno. Es decir, son un quiero y no puedo. Son de los que viven pendientes de lo que piensen de los demás y de aparentar lo que no son. Qué triste. Ni que se fueran a llevar algo a la tumba.

En nuestra última conversación me comentó que iban a vender el piso porque como habían comenzado a ir mucho a la nueva casa de la hija, pues que para qué estar limpiando aquí y allá. ¿Limpiando las dos casas? Pues sí. Resulta que la hija tiene un problema de espalda y llama a su mamá de 72 años para que le limpie las cosas más duras de la casa y le planche porque ella, con 44 años y los dolores, no puede. Y no digo que no, pero eso es abusar un poco de tu madre ¿o no?. En fin, cada uno se sabe lo suyo. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es que me dijo que vendía el piso y pedía una fortuna porque como a ella no le hace falta el dinero,pues no hay prisa por venderlo. No sé si se cree que el cemento con el que están hechas las paredes lo traen de las minas del Rey Salomón. Pero bueno, así es todo, hasta que un día vuelven los gritos y te enteras de que la hija viene a casa a pedirles que no lo vendan porque ella está mal economicamente y que no los va a poder mantener. Entonces la madre pide la muerte a gritos, el padre le dice que con sus dos pensiones no llegan a mantenerse los tres ¿Los tres? Claro, es que Chuky no curra, vende humo. Y se lía parda de nuevo. El padre le dice a la madre que no sea tan ignorante, a la hija la echa de casa, la hija grita que la han echado sus propios padres y el otro se crece. Y entonces sale la sabiduría de Chucky a modo de discurso. Que menuda familia somos, que si no fuera por él que es el único que controla todos estos temas ¿Qué temas? Que no tiene trabajo, ni ahorros, ni nada a su nombre más que una tele de plasma que compró de oferta en el English Cut con lo que ganó vendiendo pan, en vez de aportarlo a los gastos de sus padres que bien ahogados iban por aquel entonces. Un tipo que busca novias que lo mantengan y que a día de hoy, y desde hace dos meses, sale con una chica encantadora con dos hijos a los que no soporta y a los que no sabe tratar ¿Qué espera esta chica de él? ¡ Niña, que es un tarambana!

Y claro, no se aclaran. Han tenido que bajar el precio, enfrentarse a la dura realidad y el dolor de abandonar su casa e irse a la de la hija, que claro, con el dinero de la venta se lo pensó dos veces y ahora sí les quiere en casa. Los compradores quieren la casa vacía, así que han de tirar algunos muebles y la madre llora, el padre gruñe y Chucky busca amigos con furgonetas que le deban un favor para hacer el traslado.

La casa ya está vendida. La dejarán en una semana. A mi me sigue contando la madre que ahora se ha liberado del trabajo de su casa, que se van al chalet de la hija que tiene piscina y un terreno enorme en el que te pierdes. Pues a ver si no te vas a encontrar.

Resumiendo. Ya no oiré el sonido característico de las chanclas de Chucky cuando las arrastra por el suelo al caminar, ni las broncas, ni los gritos, ni tampoco me entaré de lo maravillosa que es la vida de esa familia tan peculiar. Y es que el que tenga una familia "normal" que tire la primera piedra.