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jueves, marzo 1

Cuando se pincha el alma

Cuando se te pincha el alma no hay parche que valga. Al menos durante un tiempo. Y no todos somos iguales y no vivimos igual las injusticias, los sofocos y las desgracias. Cada cual acarrea con un yugo que se hace o de deshace según las épocas de la vida.
Nunca lo bueno es eterno y nunca lo malo tampoco. Y eso me salva hoy de no perder del todo la coherencia y resistirme a que alguien pueda conmigo, aunque ya me haya matado con su mirada, sus gestos o sus palabras.
Y ¿cómo nos recuperamos? Pues a veces más deprisa unos que otros. Unos pensamos mucho, y nos bloqueamos, y nos obzecamos en que aquello no era así y no era. Y no lo era, pero para el otro sí lo era. Y duele. Duele mucho, porque pasan los años y las personas no cambiamos. Seguimos sin acordarnos que allá, sí, allá justo enfrente de tus narices, el otro al que te diriges también es un ser humano con sentimientos y con opinión. Y te podrá gustar más o menos, pero no la respetamos. Todos no somos iguales ante el respeto o aceptación de otra opinión y eso me jode. Porque a mi no me gusta que me hagan lo que yo no haría, pero también lo he hecho alguna vez y luego me ha dolido más a mí que a la otra persona.
Y hoy me quejo del dolor de mi alma. No era merecido, ni siquiera sé porque me han brotado las lágrimas. Sólo sé que no he nacido para ver, oír o sufrir injusticias. No. Cada injusticia es como un pinchazo en el alma y a cada pinchazo, me duele más y me cuesta más volver a confiar en los demás.

viernes, septiembre 30

De una muerte a otras

Una noche de agosto, hace muchos años, fui al The End de Benicassim con mis amigas. Hacía poco que tenía el carné de conducir y recuerdo, echando la vista atrás, que iba vestida muy hortera. Seguramente a la moda, pero ahora miro fotos y me parto de risa.
La cuestión es que llegamos relativamente pronto y nos metimos en los karts a tomar algo. Sé, porque lo sé, que yo estaba muy buena con 21 años. Ahora sigo estando buena, pero luchando contra la gravedad. Entonces, la gravedad no tenía nada que hacer conmigo. Aquello era el natural-push-up y lo demás tonterías. Bueno, sigo. Sé que estaba buena porque me miraban todos. Las dos amigas que venían conmigo estaban bien también, pero yo, yo era una diosa. Ahora me conformo con ninfa. Sigo con la historia y dejo mi cuerpo que si no me pierdo.

Nos sentamos en las mesas de alrededor del circuito y así podíamos ver a los pilotos. Dos se picaron mucho y recuerdo que en una de esas, la gente comenzó a agolparse en la meta porque les quedaban un par de vueltas y la picada entre ellos era tremenda. Cada vez iban a más velocidad. El dueño de los karts los miraba con cara de pocos amigos, pero la gente no hacía más que animar el ambiente. Nos acercamos a una de las lineas de seguridad cerca de la peor curva y cual fue mi sorpresa que cuando estoy repasándome con el pintalabios, se salió un kart y me golpeó con tanta fuerza que me tragué el pintalabios y caí como a 20 metros de la pista.

Dicen que se ve un túnel y una luz... Yo no vi nada. Todo era oscuro. No había nadie. Ni luces, ni ostias. Dios no me esperaba. Ni mi abuela tampoco. Aquello era raro. ¿Y si hacía falta ver primero a San Pedro y por eso no había conectado con nada ni nadie?
Entonces pensé que si estaba pensando en todas esas cosas agolpadas en mi mente, no podía estar muerta. Pues sí, estaba muerta. Y, entonces, vi a Dios. Como lo oís. Y me enfadé mucho. Sí, porque hizo un chasquido con sus dedos al verme y me cambió la ropa. ¡Me puso una especie de toga blanca! ¡Con lo sucias que son!...Por favor...qué mal gusto.
Me invitó a sentarme en una mesa redonda de piedra, rollo paleolítico y lo primero que le dije fue que ya podría haberse modernizado un poco con el mobiliario. Se rió y me invitó a callar colocando su índice sobre sus labios, que justo formaban una magnifica sonrisa.
- Lola ¿qué tal? ¿Soy como esperabas?
- Pues mira Dios, no... Yo creía que ibas a llevar un triángulo en la cabeza y llevas trenzas en el pelo con florecitas. Pareces más un hippie que otra cosa, aunque te pega por lo de la paz y el amor.
- Ja, ja, ja... ¡Ay, Lola, cómo eres!... ¿Sabes por qué estás aquí?
- Sí, claro, me dio un tipo un golpe con un kart que me tragué mi pintalabios. Supongo que me ahogué ¿no?
- Ja, ja, ja...Sí, bueno, pero no estás aquí por eso. Mira, todos los que fallecen no suben al cielo, ni tampoco van al infierno. Simplemente mueren, todo se oscurece y punto, pero contigo he hecho una excepción...
- ¿Y eso?- interrumpí.
- Pues porque si a algún ser humano en la tierra se le llama dios o diosa más de tres veces a lo largo de su vida, tiene la oportunidad, al morir, de venir a verme y llegar a un acuerdo. Y a ti los hombres te han llamado diosa muchas veces. Me hubiera gustado que fuera en otro ámbito, pero ha sido siempre en la cama.
- ¿Un acuerdo? Pero...¿de qué?
- Pues muy fácil Lola... Tienes 21 años y sólo te ha faltado tu abuela hasta ahora. El resto de familia sigue en la Tierra y tienes mucha vida por delante si quieres...
- Espera- interrumpí de nuevo-. ¿Me estás diciendo que puedo regresar?
- Sí, te estoy dando la oportunidad de volver a la Tierra con tu familia, tus amigos y nuevos planes de futuro o si lo prefieres, quedarte y estar con tu abuela, que por cierto te ha estado viendo desde aquí arriba y no lo ha llevado muy bien... En fin, no entraré en detalles -me miró inquisitivo y me puse roja.
- ....Pues... hombre...
- ¿Hombre?- interrumpió.
- Noooo.....Nooo....ya sé que no eres un hombre...Por cierto ¿tu hijo de verdad convirtió el agua en vino?
- ¡Lola!- me riñó con la mirada por desviarme el tema. Leñe, que yo tenía 21 años ¿qué quería Dios?
- Pues vale, volveré... Pero me da que te escondes algo bajo la manga de esa túnica tan desfasada.
- Ja, ja, ja...¡Qué lista eres! Sí, si vuelves no es para llevar la misma vida. Hay unas condiciones que si no cumples podrán acarrearte un castigo divino.
- Bueno....pues vale... ¿qué debo hacer?
- Bien. Mira Lola, la oportunidad que tú vas a tener no la tiene todo el mundo así que aprovechala. Mira, yo te devuelvo a la vida, pero tendrás que hacer el bien entre las personas que te rodean. Sé que no te puedo pedir que lo hagas con todo el mundo. Eres humana y tienes defectos de fábrica que se me escaparon cuando la Creación, pero sé que dentro del ámbito que yo te pediré, sabrás hacerlo - Calló, miró al suelo, apretó sus manos y las apoyó contra sus rodillas-. Tendrás tres opciones: hacerte monja, trabajar en una ONG en Africa o en una funeraria.
- !¿Qué?¡... ¡Pero estás loco o qué!
- ¡Lola! ¡Basta! Decide ya o te quedas aquí con tu abuela. Y tiene mucho que decirte. Así que tú misma.
Joder, comencé a comerme las uñas y a estirame los pelos de las cejas. ¿¿Monja?? ¿¿ONG?? ¿¿Funeraria??
- Vale Dios, ya está. En una funeraria, pero no acabo de entender muy bien qué quieres que haga allí.
- Pues es bien fácil Lola: consolar, como tú bien sabes, a los familiares de los fallecidos.
Eso fue con segundas, seguro. Claro, Él sabía que yo no me andaba con chiquitas, pero macho, que era Dios, no el butanero.

De repente, me desperté en la cama de un hospital. Estaba rodeada de toda mi familia y mis amigas. Mi padre me tenía la mano cogida. Pobre, pensé, qué susto se habrían llevado. Y yo allí, que me sentía fenomenal, pero a ver cómo les contaba lo de Dios. No podía, me hubieran llevado a un psiquiátrico. Todos comenzaron a contarme lo que me había ocurrido y yo flipada, claro. Que si me habían operado a estómago abierto para sacarme el pintalabios... ¡Bueeeno! Tremendos relatos.

Estuve una semana ingresada. El día de mi vuelta a casa mi madre me había preparado un arroz al horno. La verdad es que la comida del hospital había sido una mierda. Y allí estaba, en mi casa, en mi sofá, con mi tele. Y sonó el timbre. Era Paquito, mi vecino, que venía a verme.
- Hey, tía ¿qué tal? Joder, qué susto nos has dado a todos -y se le comenzaron a llenar los ojos de lágrimas.
- Eh, eh, tranquilo... Estoy viva ¿no? Pues ya. No me hagas llorar a mi también. Bueno, cuéntame ¿qué tal todo?
- Pues -se secó los ojos- me ha salido un curro de chófer en una funeraria...
- ¡¿CÓMO?! -dije histérica.
- Joder tía ¿por qué me gritas?
- Joder, sí, perdona... ¿Y sabes si necesitan gente?
- Pues ahora que lo dices sí... Necesitan una recepcionista.

Y así fue como pasé de estar viva a muerta, y viceversa, gracias a Dios. ¡Y nunca mejor dicho!