Era un día de niebla y yo no quería salir de casa....Por aquel entonces tenía 16 años y era bastante inmadura.
Mi abuela se había ido a su cuarto a vestirse para comenzar el día y yo estaba tirada en la cama esperando a que todo el mundo dejara de hacer ruidos para seguir durmiendo. Pero me ponía de tan mala leche que no conseguía conciliar el sueño de nuevo. Ésa mañána mi abuela entró en mi habítación para decirme que el desayuno estaba listo.
Remugué y remugué pero al orír las palabras 'magdalenas recién hechas' no lo pude evitar.....Salí de allí como alma que lleva el diablo y en una de esas zancadas voladoras que me hacían casi volar hasta la mesa, pasando por el pasillo y por la puerta de la cocina, vi a mi abuela agacharse para abrir la puerta del horno y me percaté. Me quedé de estacada de pie frente a la puerta de la cocina. Ella no me vio.
Nunca me había dado cuenta, pero vi como con sus manitas de anciana se cogía las puntas traseras de su cabellera por encima de la nuca para estirar hacia abajo y apartársela de la frente. ¡ Y se movía! ¡ LLevaba peluca y se le había ido hacia delante! Ostras pensé. ¿Qué hago? ¿Me hago la longuis?
Pues sí, eso hice, la longuis y me senté en la mesa a esperar mis magdalenas. Cuando llegaron olían que te morías. El resto de la familia se apresuró a coger las suyas y sólo me dejaron una.
Miré a la súper magdalena premiada con un viaje subterráneo por mi cuerpo serrano. La cogí, me la acerqué y cuando estaba abriendo la boca mientras acercaba aquella súper magdalena, lo vi. Un pelo de la peluca de mi abuela se había medio fundido con el calorcillo de la magdalena.
Jooooooo.........Joooooooo.......Ahora no me la como.........Joooooo.....y tras cinco segundos de reflexión pensé 'Es mi abuela y la quiero....y lavará la peluca de vez en cuando'. Así que me la zampé, con pelo pegado y todo.
Por amor somos capaces de cualquier cosa. Y por hambre más.
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