Páginas

jueves, junio 23

Cómo sentir sobre algo que nunca tuvo lugar

Normalmente todos los días hago la misma ruta para ir a trabajar. Y casi todos los días es el mismo flujo de vehículos. Bueno, cuando llueve es peor y en época de vacaciones también, pero por norma casi siempre me encuentro con el mismo tráfico y los mismos municipales en los mismos cruces. Todos los días parecen iguales, pero no lo son. La luz del sol va cambiando su ángulo y su intensidad a lo largo del año. Y el mismo paisaje lo ves con cuatro grandes tipos de luz: la luz de verano, otoño, invierno y primavera.
A mi me gusta observar el paisaje urbano, la gente que cruza por los pasos de cebra, los vehículos que se paran a mi lado en los semáforos... Supongo que lo que observamos todos. Algunas veces me hago películas de cómo serán esas personas, qué les lleva a coger el coche a las ocho de la mañana. ¿Van a trabajar, a clase, de compras, de viaje? Algunas veces, incluso hago juegos de palabras con los números de las matrículas.

Ya llevaba tres años yendo y viniendo por el mismo camino y más o menos tenía controlados algunos turismos. Incluso algunos de ellos cambiaron de vehículo. Quizás lo cambiaron por el de la mujer,el padre, la madre o el hermano :-). ¿Quién sabe?
La cuestión es que durante unos tres meses me fijé en un Audi A3 negro muy bonito (bueno, todos los A3 son iguales, por tanto todos son bonitos, :-)) simplemente porque él también se había fijado en mí. Y no estoy hablando de los chasis de nuestros coches. Solíamos coincidir a lo largo de una gran avenida con muchos semáforos. Siempre pillábamos alguno en rojo y por cosas del azar, o caíamos uno justo al lado del otro, o uno tras del otro.
Un día no iba directa al trabajo, tenía que pasar primero por el banco y justo en esa avenida debía tomar la tercera a la derecha. Cosas de lo automatizados en que nos convertimos los humanos, me puse a la izquierda y qué casualidad que él estaba a mi derecha. Le pité mientras le saludaba con la mano haciendo el gesto de bajar la ventanilla. Me miró sorprendido y eufórico, y la bajó.
- Hola.
- Hola... Oye ¿te importaría que me pusiera delante tuyo? Es que tengo que girar a la derecha y por la costumbre, me he puesto en este carril -sonreí.
- Ah, sí, no te preocupes. Ponte, venga -sonrió también. Qué voz más bonita tenía.
Hice un gesto de agradecimiento con la mano y me puse delante. Al segundo se puso verde y seguí mi camino. Sentí como giró su mirada hacia la dirección que había tomado, pero no me atreví a mirar por el retrovisor. Me emocioné. ¡Qué tonta!

En fin. Los días siguientes durante esa semana no lo volví a ver. De repente, al martes siguiente, estaba parada en un semáforo contemplando como la de enfrente de mí llevaba toda la avenida pintándose los ojos mientras conducía (Hay gente para todo...) y apareció justo a mi lado.
- ¡Hola! ¿Qué tal? -me dijo con una sonrisa de oreja o oreja.
- Bien -me ruboricé-, a currar como todos ¿no?
- Sí... Oye ¿Tienes tiempo para un café?
Y se puso verde. No debía ser el día, supongo. Primera y adiós.

Tres días después, el viernes, me acerqué a la gasolinera que había a mitad de mi trayecto al trabajo y al entrar a pagar en tienda, cual fue mi sorpresa que el empleado que estaba cobrando era él.
- Buenos días -me dijo con la mirada baja en su mostrador- ¿Qué surtidor?
- El dos -y me quedé quieta con la cartera en la mano.
Levantó su mirada y como si hubiera visto a Papá Noël, se salió del mostrador dejando al cargo a una chica que había reponiendo pan y me invitó a seguirle hasta una mesita.
- ¿Cómo tú por aquí? -me preguntó.
- ¿Yo? ¿Y tú? Esta es la gasolinera donde reposto normalmente por las tardes al salir del curro.
- Ja, ja, ja -rió. ¡Vaya! Así que normalmente pasas por las tardes. Es que sólo vengo por las mañanas a la oficina.
- ¿Oficina? -me extrañó-. Esto es una gasolinera.
- Sí, bueno... Es que yo, cuando vengo, estoy arriba en las oficinas. Vengo a controlar el negocio.
- Ah... ¿Llevas las gasolineras?
- Sí, se podría decir que las llevo, que las gestiono. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?
- Soy diseñadora gráfica. Trabajo en una imprenta dedicada a envases alimenticios.
Y se hizo un silencio. Pasó un ángel. Nos miramos y algo surgió en aquel momento. Estuvimos charlando unos cinco minutos más. Yo debía seguir hacia el trabajo. Quedamos en tomarnos un café de nuevo el próximo día que coincidiéramos y nos despedimos con un par de besos.

A partir de ahí, nunca más supe de él. Nunca más volví a ver su coche, ni me lo encontré en la gasolinera.
Me enamoré de un chico con el que sólo crucé unas palabras. A pesar de su desaparición, aquel sentimiento que nació en mí, ayudó a que diera un paso importante en mi vida. Gracias a ese enamoramiento platónico, que nunca se consumó y del que nunca me despedí, superé el miedo a dejar a mi entonces marido. Me divorcié, claro.

Tres años después lo vi en su coche. Yo estaba delante, con coche nuevo y gafas de sol. Lo llevé durante un buen rato detrás de mí. Sentí el impulso de parar en seco para que me diera un golpe y así retomar una historia que quizás habría sido algo bonito de verdad. Pero en la vida, si no se tomó un tren en su momento y se pasó, a veces es mejor no forzar una parada.

2 comentarios:

  1. Preciosa y tierna historia con sorprendente final. ¡Me ha encantado!
    Un beso,
    Miguel

    ResponderEliminar
  2. Gracias Miguel....Lola

    ResponderEliminar